sábado, 25 de agosto de 2007

Es lo que me dijeron

El Icei es la antigua escuela de periodismo, que hace poco incorporó la carrera de cine. No parece ser la gran cosa. ¿Pero qué pasa cuando tu facultad, que era sólo de tu carrera, cambia de repente? Cuando todos tenían intereses parecidos y se entendían medianamente… Llegan unos mechones con otra “volaa”, ocupan tus salas, equipos, espacios y tienes que compartir con ellos dos ramos. Mmmm… Y más encima los profes de esos ramos tienen que aprender a orientar la materia a la carrera de cine también. ¿Y qué pasa si a ellos no les gusta que eso haya pasado y hacen clases como siempre, como si todos fuesen estudiantes de periodismo? Bueno, les presento al profesor Hans Stange.

No, viejo no es. Tiene 24 años y es periodista, exalumno del Icei o de “perio”. Creo que tiene un doctorado en algo. Pero el ser joven no lo hace el “sí” de las niñas precisamente. Nunca lleva algo más llamativo que un chaleco o un polar ancho y de color apagado, junto con jeans y zapatos. Y su pelo castaño claro está siempre amarrado en una cola, impidiendo a sus rizos expresar un espíritu rockero enterrado en alguna parte de su ser. Su apariencia física llevó a más de alguna persona a llamarle “Jesucristo”.

Cómo describir las clases de Hans… Partiendo porque en la sala de clases están a lo más la mitad de las personas de la lista. Y el silencio que reina allí sólo es interrumpido a veces por uno de los pocos estudiantes de periodismo que está realmente atento a la clase. Un tono de voz bajo y constante que induce al sueño inevitablemente. Alguien que no asistió a más de tres clases me dijo que Hans entraba a la sala y perdía el rating sólo por su mera presencia. No es muy agradable pensarlo estando en el lugar de él, pero es la verdad.

Hans vive solo y destina la mayor parte del tiempo a la lectura de textos complejos, probablemente filosóficos, o leyendo comics, o, y aunque pocos lo crean, a hacer cortos. En sus jornadas de trabajo baja a dar clases y luego vuelve a subir. Cuando baja a comprar almuerzo se lo lleva y come solo. A veces habla con uno que otro conocido o se ríe con los estudiantes de periodismo que conoce. Los alumnos de cine a veces lo saludan, y él opta por mirar hacia otro lado. Invita a sus clases a gente simpática, pero existe el detalle de que nunca le mencionó al(la) invitado(a) que allí también va gente que estudia cine… Y la guinda de la torta, al final de una clase concluyó que el cine no es arte. Razones suficientes para odiarlo, de estos hechos al parecer nació la conocida campaña “piteate un Hans”. De todas formas, él parece indiferente a todo ello. Parece indiferente a toda señal de inmadurez juvenil y lo que es llamado “jugo”. El intelecto tiene prioridad para él por sobre todas las cosas, pero no me parece razón suficiente como para seguir desesperadamente a la burguesía intelectual del Icei, hombres que no comparten su edad en absoluto. Es por eso que me extrañó mucho verlo comprando en una botillería de Pío Nono hace un par de semanas. Pero obviamente tampoco le pregunté qué hacía ahí, ni podría haberlo hecho. Él sólo me vio de reojo y me ignoró, era esperable.
Finalmente yo sólo tengo una única y gran pregunta: ¿Él es feliz así? Si lo es, entonces dejaré de molestar y viviré mi vida tranquila. Sino… ¡Por favor! ¿Qué hace arruinando su vida de esa manera? Como diría mi colega: ¡Te falta rock!

Alegoría de la Soledad (cuento pal trabajo final de Lenguaje y Cultura)



Aparecía el sol tras la Cordillera de los Andes el veinticinco de Junio de 2007. Era el amanecer de Santiago y Sofía Contreras intentaba dormir los últimos dos minutos antes de que sonara el despertador. No había podido dormir en toda la noche. Se encontraba sola en su casa, ya que su esposo se iba al trabajo siempre antes que ella. En su cabeza seguía retumbando la imagen de un timón girando descontroladamente sin que ella pudiese detenerlo, al tiempo que el barco respondía a esto navegando en círculo sobre un mar furioso.

Es algo difícil de expresar. Todo era siempre igual. Cuando yo era más joven sufrí una crisis y desaparecí. Nunca nadie supo dónde estaba, ni siquiera yo lo sabía bien, hasta que me di cuenta de que era invisible. Y no, no fue divertido ni emocionante. La depresión me consumía. El agua cristalina que de a poco se alejaba y yo miraba hacia abajo dándome cuenta de que la única forma de llegar hasta ella era pasando por ese asqueroso pantano. Y José, siempre con su gran cantidad de ropa encima, llegó cual mesías caminando sobre el agua y me llevó volando, sin mis zapatos, hacia ese lago soñado.


Despertó media hora después. Se había atrasado una vez más al apagar el despertador estando dormida. Aquel día sintió el deseo de hacer las cosas de distinta manera, por lo cual se vistió con ropajes que no usaba hace tiempo, se maquilló con tonos inusuales para ella y tomó un recorrido de micro distinto. Tal vez la renovación material pueda suplir la renovación espiritual que nunca he tenido. Al llegar a su trabajo se encontró con su hermano César, quien había ido a dejarle un paquete.
- ¿Cómo te ha ido? –le preguntó él.
- Más o menos no más, anoche no pude dormir muy bien...

Su hermano la miró a los ojos por un momento. Sofía dio un respingo y le dijo:
- No, si no es eso, lo que pasa es que me sentía un poco mal, pero ahora me siento mejor.
- Espero que sea así.

César nunca me dejó sola. Él fue quien descubrió lo que me pasaba y convenció al resto de mi familia. Fueron tiempos difíciles, pero cuando vi a José por primera vez todo cambió. Era compañero de universidad de mi hermano y había ido de visita a nuestra casa. Estuve mirándolos desde la puerta todo el tiempo. Pero en un momento César me miró y se sorprendió. José también pareció verme. En ese momento me di cuenta de que había vuelto a ser visible. ¡Estaba allí!
La niña que me miraba con ira desde un rincón pareció querer esconderse en mi pieza, pero a mí no me importó, porque todo parecía estar bien en ese momento.


Fue una larga jornada, con mucho papeleo y trámites de la empresa. El trabajo en sí nunca fue muy dinámico, y sus colegas no parecían tener muchas ganas de socializar con ella. Pero Sofía por alguna razón lo tomó. Al terminar, se dirigió a su casa. Una vez allí se sentó en un sillón y comenzó a mirar sus alrededores. Observó un cuadro que mostraba a una mujer traspasando el agua de un jarrón a otro idéntico.
El cerrojo de la puerta cedió, siempre a las ocho.

Vas a abrir la puerta, dejar tus cosas encima de la mesa, decirme: “Hola, mi amor” con una leve sonrisa, agacharte frente a mí, besarme, siempre de la misma manera y el mismo tiempo, y luego me vas a preguntar cómo me fue en el trabajo. Si me fue bien, “qué bueno”. Si me fue mal, “qué lata…”. Después pondrás tu mano derecha sobre la estufa, decirme que estás cansado y morderte el labio inferior sin querer. Encenderás un cigarro siempre de la misma forma en el mismo lugar y te encerrarás en la pieza donde tienes tu escritorio.
En la oscuridad existe un libro que yo no puedo abrir, que no puedo leer, porque tiene un candado y no tengo la llave. La que yo tengo no es la de ese candado. Es imposible, simplemente no nos podremos comunicar. Veo un abismo entre los dos y yo ya no cruzo el puente, porque cada vez es más débil.


- Pero, ¿por qué no?
- Porque no puedo, tú lo sabes muy bien, tengo que trabajar.

Era el siguiente día. Sofía estaba sentada en el mismo sillón y José junto a la estufa.
- ¡Nunca hacemos nada nuevo! Nunca dejas que yo sepa de ti ni me das la oportunidad de conversar sobre lo que te interesa. ¡No tengo idea de lo que haces cuando vas a trabajar!
- Pero si sabes, voy a la oficina…
- ¡No es lo mismo! Quiero saber sobre lo que tú estudias y resuelves, cuéntame sobre eso.
- A ver… Es que no sé cómo, porque es muy complicado, ¿entiendes? No puedo traducirlo al lenguaje común, hay que manejar muchos términos y es complejo, de verdad creo que no es algo que te interesaría.
- Pero sí me interesa, sólo que tú cierras tu mundo al mío. ¿Cómo se supone que así esto debiera funcionar?
- Yo encuentro que todo está bien entre nosotros, y que le estás dando mucha importancia a un hecho muy insignificante.

Un silencio sepulcral reinó en la habitación por unos minutos.
- Estoy tan cansado… -murmuró José.

Y dicho esto se encerró en la pieza de su escritorio. Sofía alcanzó a oír el “clic” del encendedor y suspiró resignada.

José, mi querido José… Mi marido, el que fue la luz… ¿Y ahora? Ahora marcho sobre una rueda que da vueltas y vueltas, arranco de un lugar y llego al mismo, y la niña ha vuelto a aparecer tras la puerta, y me mira.
Tal vez yo ya no soy relevante para ti, o nunca lo fui. Tal vez soy demasiado normal, no estoy a tu nivel y por eso crees que como persona no soy muy interesante. Sólo estás conmigo porque estás acostumbrado a estarlo. ¿Cuándo empezó todo esto? Ya no lo sé.


Parecía como si no hubiese sucedido nada. La tarde siguiente José se comportó como siempre y no dijo nada sobre la pequeña discusión que habían tenido el día anterior. Sofía temblaba y desconocía el motivo. Pero aquello no era una gran novedad para ella. El bienestar matrimonial parecía una utopía. Ese día César la llamó. Le preguntó cómo estaba y si acaso había visto lo que le había llevado el otro día. Lo había olvidado. Él la reprendió cariñosamente por eso y le dijo que lo abriera. Apenas colgó el auricular fue a verlo. Era un marco con una foto en que salían ambos hermanos cuando eran niños. Sofía lo abrazaba feliz, pero más bien aferrándose a él. Por alguna razón, la imagen no pareció alegrarla ni conmoverla, el marco salió volando generando un ruido sordo sobre el sofá.

Me aterré al darme cuenta de que la niña era yo. Asomaba y salía del marco, se acercaba a mí con sus ojos furibundos, me agarraba de los pies y me sacudía. Sentía como si comenzara a congelarse todo mi cuerpo. Me caí, y gritaba con desesperación. José salió de la pieza, caminó con serenidad por el pasillo, su mirada no se fijó en mí ni por un segundo. Llegó a la cocina y se preparó un café. Luego volvió a trabajar.

Al día siguiente Sofía no fue al trabajo. Sintió que no debía, y no avisó a nadie. Daba vueltas en su cama, las lágrimas corrían por su cara. Unas horas después se vistió con lo primero que encontró y se dirigió a la casa de César, pero él no estaba. Como tenía llaves de reserva, pudo entrar. Y se sentó a esperarlo.

Todo es culpa de ella, todo viene de ella y por ella estoy ahora así.


Cuando César llegó, no estaba muy atento y no vio a Sofía. Comenzó a ordenar las cosas y a limpiar. Ella lo miraba desde la mesa, esperando a que notara su presencia. Pero él se acercó a la mesa y comenzó a ordenar las sillas. Al momento de llegar a la cual ella estaba sentada, se dispuso a tomarla y allí su mano chocó con el hombro de Sofía.

Esa mirada perdida, pareces un ciego que acerca la mano para tratar de saber qué es lo que toca. Y tu cara afligida, al rozar mi pelo y mi mejilla.


César miraba a Sofía, pero no a los ojos, sino el sector en general donde ella estaba sentada. Acarició su mejilla, y comenzó a llorar. Sofía, frente a la situación, sintió ganas de hacer lo mismo.
- ¿Por qué? –preguntó él.
- Porque siempre ha sido así, y si creíste que no, era mentira. Sólo fue una ilusión.

Todo volvió a ser como antes.

Luego de visitar a su hermano y conversar con él, Sofía se dirigió a su casa.

Y todo tuvo que resultar de esa forma. ¿Dónde están los momentos que parecían los mejores de mi vida? La luz tenue, los besos suaves y la inocencia… El silencio de nuestras palabras, sólo los gestos y las miradas. ¿Es algo que nunca ocurrió? ¿O es que acaso he perdido mi oportunidad de demostrarte lo que puedo hacer?

José llegó y Sofía lo esperaba. Pero ahora soy invisible otra vez.
- “Hola, mi amor” –le dijo. Y la besó.

Pero esta vez Sofía no lo esperaba.

¡Esto es imposible! ¡Tú me has visto a pesar de que soy invisible! Pero no estoy ausente…
Para ti siempre seré igual, no hay cambio, siempre me ves o crees verme. Finalmente, no soy yo misma lo que te importa o si puedes verme, sino nuestra relación, nuestro vínculo. Si eso está bien, para ti no importa nada más.

domingo, 5 de agosto de 2007

El tren



un tren, o varios, tal vez cinco
las canciones repetitivas de mi pendrive
tierras desconocidas del primer mundo
inspectores antipaticos
gente que no huele bien a veces, o con mala cara
o gringos que pagan por ti para que no te echen afuera del tren
un movimiento constante que te duerme, y despiertas diez minutos despues con torticolis
un ambiente tranquilo, profundo y pensativo
los trenes de pensamientos y garabateos varios en unas hojas de cuaderno
promesas y sentimientos "¿que lees?"
nada, tonteras, hermano mio...
9 crimes 9 crimes
miles de veces, ¿y por que?
7 y media de la mañana, lagrimas multiplicadas y una neblina eterna
y a las 7 de la tarde antes, escucho aun la cancion
pienso que ya nada hay que hacer
y vuelvo pensando que hay mucho, demasiado que hacer
el tiempo que salio corriendo apenas lo divisamos
jugando con las emociones en los cortos dias
los miles de kilometros que ahora nos pesan en los hombros y el tiempo frente a mis narices
sin querer irse ya, me desafia a meses de vida que ya no parecen interesarme mas
solo los que vendran el proximo año en un invierno helado que sin embargo no sentire, por la calidez de sus almas
otra vez en el tren, en el avion, en el mundo de mi mp3 y yo, la atmosfera que creo que es la unica libertad que me queda
constante, pensando, paisaje tras paisaje, sensaciones extrañas, oidos tapados y distancia
mas y mas distancia, hasta que ya no pueda imaginar que alguna vez estuve ahi y ahora aqui, recordando en fotos que ya me parecen añejas
nunca me baje del tren realmente