martes, 28 de abril de 2009

Es lo que hay



Me parece cómica y certera la frase que canta la banda Kraftwerk: “Machine, machine, machine (…) Man-machine”. Esta canción tan famosa y cantada en su mayoría por quienes asistieron al concierto de Radiohead es ideal para comenzar este ensayo que reflexiona precisamente sobre el tema de la máquina y el hombre.

Como ya es sabido, la Modernidad trajo consigo una serie de cambios que se fueron dando ya paralelamente y también sucesivamente durante los últimos 250 años o más. Estos cambios ocurrieron en la mayoría de los ámbitos de la realidad, ya sea políticos, culturales, religiosos, artísticos, cotidianos, etc. Hablamos en el fondo, de un cambio total de época respecto a lo que era el mundo (o su visión de este) antes de que la Modernidad ocurriera. Y en una clase de ayudantía hablando de la Escuela de Frankfurt se afirma certeramente que la Modernidad tuvo y tiene hartas miradas, y cuando una de estas cree ser más correcta que las otras (o única), domina al resto. La mirada hegemónica de la Modernidad es la que llevó a ver el mundo de determinada manera y llevar los acontecimientos según la ideología planteada.

La racionalidad instrumental otorga prioridad a lo material y lo técnico por sobre otros valores. Frente a esto me es posible deducir que los valores que impliquen cierto compromiso emocional pueden ser omitidos en determinadas situaciones, puesto que el objetivo no tiene que ver con ellos, sino con los logros tangibles, como por ejemplo el dinero. Los ejemplos no son necesarios, basta con recordar el tema tan trillado de los campos de concentración para entender a qué me refiero.

Desde la referida mirada hegemónica de la Modernidad se entiende que el progreso tecnológico e industrial es lo que más destaca dentro de la época, y lo que ha permitido “tener mayor comodidad y mejor calidad de vida”. Las máquinas van reemplazando progresivamente tareas que parecían exclusivamente humanas y con ello se prescinde de muchos tipos de mano de obra. El uso de la tecnología puede facilitar tareas y ahorrar tiempo en lo cotidiano a estas personas, pero como bien aseguraron Adorno y Horkheimer: La racionalidad instrumental provoca que un hombre domine a otro a través de la tecnología. Es decir, la tecnología, la máquina, puede ser herramienta de poder.
¿Bajo qué criterios opera la máquina? Esta parte como una extensión del ser humano, como una herramienta útil que facilita sus tareas diarias. Fundamentalmente metálica, funciona a base de energía, ya sea otorgada por el mismo hombre a través de una palanca, o a través de una fuente energética como electricidad o la combustión de alguna sustancia inflamable. Dentro de su progreso, comienza a operar de manera más independiente, siempre con el objetivo de servir al ser humano. Es fundamental recordar permanentemente que la máquina tuvo su desarrollo más importante en la época moderna, y por lo tanto la razón, que estaba en su época de auge, fue fundamental para que esto ocurriera. La máquina operó siempre en base a la razón. A medida que fue progresando, su lógica se complejizó: El sistema computacional, por ejemplo, operaba bajo la lógica causa-efecto y se basaba en las matemáticas. Así, la máquina siempre ha sido vista como un objeto que funciona lógicamente y todas sus posibilidades de acción se basan en la razón desarrollada por el ser humano.

Frente a esto, si la historia de la máquina hubiera seguido desarrollándose como la he descrito, esta continuaría siendo un objeto complementario al hombre que sirve para ayudarlo en sus labores. Pero llega un momento en que la mente comienza a reflexionar sobre la existencia de esta máquina y hasta dónde puede llegar en su evolución. El afán por que esta reemplazara acciones humanas comenzaba a preocupar a muchos, quienes proyectaban su posible desarrollo a un completo reemplazo del ser humano. Completo y probablemente mejorado.

El “pero” aparece en este punto cuando establecemos las diferencias entre la máquina y el ser humano. La principal y más conflictiva es precisamente la parte no-racional del hombre. La que no actúa bajo la lógica que afirma que una cosa lleva a la otra. La máquina posee una parte muy básica del pensamiento humano. No tiene deseos ni valores morales que nazcan de ella misma, no tiene emociones, no admite la posibilidad de responder de forma distinta ante dos situaciones iguales, a no ser que le sea ordenado que lo haga “al azar” (que de hecho también es una programación y no una elección al “criterio” de la máquina).

Lo que me llama la atención es que, la persecución del hombre respecto a lo que la máquina puede hacer es enorme. Basta con ver las películas de ciencia ficción para corroborarlo: “Inteligencia artificial” y “Terminator” son ejemplos de esto. En la primera, se habla directamente del tema que he estado tratando, puesto que se intenta sustituir a un niño que ha muerto por uno idéntico, pero robot. Un robot diseñado “para amar”. De hecho él tiene un ferviente deseo de recuperar el amor por su madre, algo que nace de él mismo. Al escucharlo enseguida tomamos distancia, ¿por qué? Precisamente porque nos parece imposible que un objeto no vivo sea capaz de ello, un objeto que opera bajo una lógica básica, un objeto inhumano. Lo paradojal de esto es que la RAE define como humano precisamente al “ser animado racional, varón o mujer”. ¿No actúa la máquina en base a la razón? ¿No es la máquina algo animado, es decir que puede moverse por sí solo, en los casos tecnológicos más avanzados? Nuestra noción de ser humano va más allá de aquella simple frase, y es tan compleja que debido a ello se confunde y se cuestiona al momento de compararnos con la máquina, el invento del hombre.

No nos es posible concebir a un robot actuando fuera de su racionalidad propia, porque así fue creado. Sin embargo, la razón fue la base que hizo que fuera así. Si se hubiese creado con el objetivo de igualar al hombre en todo sentido, probablemente se habría encontrado la manera de hacerlo. Pero no era la idea. Lo que asusta es que un objeto creado con la intención de servir al ser humano y no sobrepasarlo parece tener la capacidad de hacerlo. O al menos eso cree la mente en su lado paranoico, puesto que hasta el día de hoy no he visto un robot como “Terminator”, que es mi segundo ejemplo.

Si actualmente no nos es posible afirmar la posibilidad de que la máquina pueda poseer todos los atributos del ser humano, ¿cuál es el afán de fantasear acerca de ello en estas películas? El miedo. El miedo a la pérdida de control. Si el robot no posee criterios para discernir bajo decisión propia a qué ser humano destruir o no, si el robot no posee grandes deseos de poder porque no es capaz de desear, ¿por qué puede hacerlo en aquellas películas? ¿Por qué los robots querrían rebelarse y crear su propio imperio? ¿No será que detrás de todo aquello existe un miedo a que lo que sale del propio hombre puede venirse en su contra, como la razón misma? Puesto que la razón era capaz de hacer “progresar” al hombre y hacerlo más feliz, entendiendo que se le llamó “progreso” a los cambios que ocurrieron en la Modernidad. Sin embargo la racionalidad instrumental no busca necesariamente el bienestar y la felicidad de todo ser humano, sino el progreso técnico. El robot no busca el bienestar del ser humano si aquello implica comprender conceptos no racionales, hará lo que su inventor le diga. El miedo real entonces está en algo tan básico como el acuso de Adorno y Horkheimer: No es el robot el verdadero peligro, sino quien esté manipulándolo. Y es evidente que estamos hablando de que la humanidad se tiene miedo a sí misma, miedo a una nueva guerra, por ejemplo. Pero a mí parecer el robot jamás podría tener la capacidad de derrotar al hombre, a no ser que este mismo se lo ordenara. Y es más, si el hombre desapareciera gracias al robot, eventualmente este dejaría de existir, porque no tendría órdenes de qué hacer ni energía con la cual sustentarse.

Y creo que este mismo hecho no concientizado de que el robot no es el peligro es lo que lleva al ser humano a buscar a su semejante robótico, a buscar al hombre que está dentro de la máquina, su lado humano, como en Terminator (y sus continuaciones): El robot protagonista adquiere características humanas inexplicables, como el gusto por decir “hasta la vista, baby” o el nacimiento extraño de una suerte de vínculo afectivo con John Connor. Y muchas demostraciones humanas de un robot o bien las demostraciones robóticas de un humano nos pueden parecer cómicas hasta cierto punto, por su incoherencia.

Pero el hombre está tras la máquina, no dentro de ella. La máquina no buscará crear un imperio, porque el afán de poder es algo propio del hombre. ¿Cómo enseñarle a un robot a sentir si ni siquiera nosotros sabemos bien cómo y por qué sentimos? ¿Cómo enseñarle a un robot a llorar, a enojarse, o decirle cuándo reírse y cuándo no? Y más que preguntarse por el progreso del robot, me parece que es necesario concentrarse precisamente en el hombre tras el robot. Es necesario tratar de entender por qué el hombre querría destruir a otros mediante el robot. Sólo cuando seamos capaces de conocernos y entender nuestro accionar, intentando tener una relación armoniosa con nosotros mismos y nuestro entorno, seremos capaces de manejar correctamente la máquina y establecer sus límites, para que no desaparezcamos del mundo a causa de ellas, ordenadas a hacerlo por los mismos hombres.

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