sábado, 25 de agosto de 2007

Alegoría de la Soledad (cuento pal trabajo final de Lenguaje y Cultura)



Aparecía el sol tras la Cordillera de los Andes el veinticinco de Junio de 2007. Era el amanecer de Santiago y Sofía Contreras intentaba dormir los últimos dos minutos antes de que sonara el despertador. No había podido dormir en toda la noche. Se encontraba sola en su casa, ya que su esposo se iba al trabajo siempre antes que ella. En su cabeza seguía retumbando la imagen de un timón girando descontroladamente sin que ella pudiese detenerlo, al tiempo que el barco respondía a esto navegando en círculo sobre un mar furioso.

Es algo difícil de expresar. Todo era siempre igual. Cuando yo era más joven sufrí una crisis y desaparecí. Nunca nadie supo dónde estaba, ni siquiera yo lo sabía bien, hasta que me di cuenta de que era invisible. Y no, no fue divertido ni emocionante. La depresión me consumía. El agua cristalina que de a poco se alejaba y yo miraba hacia abajo dándome cuenta de que la única forma de llegar hasta ella era pasando por ese asqueroso pantano. Y José, siempre con su gran cantidad de ropa encima, llegó cual mesías caminando sobre el agua y me llevó volando, sin mis zapatos, hacia ese lago soñado.


Despertó media hora después. Se había atrasado una vez más al apagar el despertador estando dormida. Aquel día sintió el deseo de hacer las cosas de distinta manera, por lo cual se vistió con ropajes que no usaba hace tiempo, se maquilló con tonos inusuales para ella y tomó un recorrido de micro distinto. Tal vez la renovación material pueda suplir la renovación espiritual que nunca he tenido. Al llegar a su trabajo se encontró con su hermano César, quien había ido a dejarle un paquete.
- ¿Cómo te ha ido? –le preguntó él.
- Más o menos no más, anoche no pude dormir muy bien...

Su hermano la miró a los ojos por un momento. Sofía dio un respingo y le dijo:
- No, si no es eso, lo que pasa es que me sentía un poco mal, pero ahora me siento mejor.
- Espero que sea así.

César nunca me dejó sola. Él fue quien descubrió lo que me pasaba y convenció al resto de mi familia. Fueron tiempos difíciles, pero cuando vi a José por primera vez todo cambió. Era compañero de universidad de mi hermano y había ido de visita a nuestra casa. Estuve mirándolos desde la puerta todo el tiempo. Pero en un momento César me miró y se sorprendió. José también pareció verme. En ese momento me di cuenta de que había vuelto a ser visible. ¡Estaba allí!
La niña que me miraba con ira desde un rincón pareció querer esconderse en mi pieza, pero a mí no me importó, porque todo parecía estar bien en ese momento.


Fue una larga jornada, con mucho papeleo y trámites de la empresa. El trabajo en sí nunca fue muy dinámico, y sus colegas no parecían tener muchas ganas de socializar con ella. Pero Sofía por alguna razón lo tomó. Al terminar, se dirigió a su casa. Una vez allí se sentó en un sillón y comenzó a mirar sus alrededores. Observó un cuadro que mostraba a una mujer traspasando el agua de un jarrón a otro idéntico.
El cerrojo de la puerta cedió, siempre a las ocho.

Vas a abrir la puerta, dejar tus cosas encima de la mesa, decirme: “Hola, mi amor” con una leve sonrisa, agacharte frente a mí, besarme, siempre de la misma manera y el mismo tiempo, y luego me vas a preguntar cómo me fue en el trabajo. Si me fue bien, “qué bueno”. Si me fue mal, “qué lata…”. Después pondrás tu mano derecha sobre la estufa, decirme que estás cansado y morderte el labio inferior sin querer. Encenderás un cigarro siempre de la misma forma en el mismo lugar y te encerrarás en la pieza donde tienes tu escritorio.
En la oscuridad existe un libro que yo no puedo abrir, que no puedo leer, porque tiene un candado y no tengo la llave. La que yo tengo no es la de ese candado. Es imposible, simplemente no nos podremos comunicar. Veo un abismo entre los dos y yo ya no cruzo el puente, porque cada vez es más débil.


- Pero, ¿por qué no?
- Porque no puedo, tú lo sabes muy bien, tengo que trabajar.

Era el siguiente día. Sofía estaba sentada en el mismo sillón y José junto a la estufa.
- ¡Nunca hacemos nada nuevo! Nunca dejas que yo sepa de ti ni me das la oportunidad de conversar sobre lo que te interesa. ¡No tengo idea de lo que haces cuando vas a trabajar!
- Pero si sabes, voy a la oficina…
- ¡No es lo mismo! Quiero saber sobre lo que tú estudias y resuelves, cuéntame sobre eso.
- A ver… Es que no sé cómo, porque es muy complicado, ¿entiendes? No puedo traducirlo al lenguaje común, hay que manejar muchos términos y es complejo, de verdad creo que no es algo que te interesaría.
- Pero sí me interesa, sólo que tú cierras tu mundo al mío. ¿Cómo se supone que así esto debiera funcionar?
- Yo encuentro que todo está bien entre nosotros, y que le estás dando mucha importancia a un hecho muy insignificante.

Un silencio sepulcral reinó en la habitación por unos minutos.
- Estoy tan cansado… -murmuró José.

Y dicho esto se encerró en la pieza de su escritorio. Sofía alcanzó a oír el “clic” del encendedor y suspiró resignada.

José, mi querido José… Mi marido, el que fue la luz… ¿Y ahora? Ahora marcho sobre una rueda que da vueltas y vueltas, arranco de un lugar y llego al mismo, y la niña ha vuelto a aparecer tras la puerta, y me mira.
Tal vez yo ya no soy relevante para ti, o nunca lo fui. Tal vez soy demasiado normal, no estoy a tu nivel y por eso crees que como persona no soy muy interesante. Sólo estás conmigo porque estás acostumbrado a estarlo. ¿Cuándo empezó todo esto? Ya no lo sé.


Parecía como si no hubiese sucedido nada. La tarde siguiente José se comportó como siempre y no dijo nada sobre la pequeña discusión que habían tenido el día anterior. Sofía temblaba y desconocía el motivo. Pero aquello no era una gran novedad para ella. El bienestar matrimonial parecía una utopía. Ese día César la llamó. Le preguntó cómo estaba y si acaso había visto lo que le había llevado el otro día. Lo había olvidado. Él la reprendió cariñosamente por eso y le dijo que lo abriera. Apenas colgó el auricular fue a verlo. Era un marco con una foto en que salían ambos hermanos cuando eran niños. Sofía lo abrazaba feliz, pero más bien aferrándose a él. Por alguna razón, la imagen no pareció alegrarla ni conmoverla, el marco salió volando generando un ruido sordo sobre el sofá.

Me aterré al darme cuenta de que la niña era yo. Asomaba y salía del marco, se acercaba a mí con sus ojos furibundos, me agarraba de los pies y me sacudía. Sentía como si comenzara a congelarse todo mi cuerpo. Me caí, y gritaba con desesperación. José salió de la pieza, caminó con serenidad por el pasillo, su mirada no se fijó en mí ni por un segundo. Llegó a la cocina y se preparó un café. Luego volvió a trabajar.

Al día siguiente Sofía no fue al trabajo. Sintió que no debía, y no avisó a nadie. Daba vueltas en su cama, las lágrimas corrían por su cara. Unas horas después se vistió con lo primero que encontró y se dirigió a la casa de César, pero él no estaba. Como tenía llaves de reserva, pudo entrar. Y se sentó a esperarlo.

Todo es culpa de ella, todo viene de ella y por ella estoy ahora así.


Cuando César llegó, no estaba muy atento y no vio a Sofía. Comenzó a ordenar las cosas y a limpiar. Ella lo miraba desde la mesa, esperando a que notara su presencia. Pero él se acercó a la mesa y comenzó a ordenar las sillas. Al momento de llegar a la cual ella estaba sentada, se dispuso a tomarla y allí su mano chocó con el hombro de Sofía.

Esa mirada perdida, pareces un ciego que acerca la mano para tratar de saber qué es lo que toca. Y tu cara afligida, al rozar mi pelo y mi mejilla.


César miraba a Sofía, pero no a los ojos, sino el sector en general donde ella estaba sentada. Acarició su mejilla, y comenzó a llorar. Sofía, frente a la situación, sintió ganas de hacer lo mismo.
- ¿Por qué? –preguntó él.
- Porque siempre ha sido así, y si creíste que no, era mentira. Sólo fue una ilusión.

Todo volvió a ser como antes.

Luego de visitar a su hermano y conversar con él, Sofía se dirigió a su casa.

Y todo tuvo que resultar de esa forma. ¿Dónde están los momentos que parecían los mejores de mi vida? La luz tenue, los besos suaves y la inocencia… El silencio de nuestras palabras, sólo los gestos y las miradas. ¿Es algo que nunca ocurrió? ¿O es que acaso he perdido mi oportunidad de demostrarte lo que puedo hacer?

José llegó y Sofía lo esperaba. Pero ahora soy invisible otra vez.
- “Hola, mi amor” –le dijo. Y la besó.

Pero esta vez Sofía no lo esperaba.

¡Esto es imposible! ¡Tú me has visto a pesar de que soy invisible! Pero no estoy ausente…
Para ti siempre seré igual, no hay cambio, siempre me ves o crees verme. Finalmente, no soy yo misma lo que te importa o si puedes verme, sino nuestra relación, nuestro vínculo. Si eso está bien, para ti no importa nada más.

2 comentarios:

Qaotiquo dijo...

No me gusto, está demasiado bien hecho hasta en los detalles chicos, así que me evocó la soledad de la peor clase, esa que sientes cuando estas acompañado, así que tuve que invocar a Mongo Santamaría.

Hana Dawn dijo...

OMG que triste. Lo peor es que entendí desde el principio qué y cómo sufría Sofía...
Uta, tengo que escuchar música ahora para alegrarme ><
Está muy bueno :3 En serio, escribes muy muy bonito. Quiero más >=3